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Mi
amiga tiene la profesión más dulce y más amarga a la vez. La más etérea y la
más concreta. Su profesión ata la ficción a la realidad y hace de la realidad
una frágil firmeza. Ella teje filigranas de emociones y decepciones, de
ilusiones y de bajezas, de muertes y alumbramientos, de sueños y de razones, de
encantos y de horrores, de pócimas y de antídotos.
Conjuga
la belleza y el horror, la palabra y el vacío, la realidad y los abismos que se
modelan en el sueño a las tres de la madrugada, el miedo y su sombra luminosa.
Ella
es escritora.
El
sábado muy temprano en la mañana nos reunimos en su casa. Vive en un hermoso
apartamento de Los Naranjos. Allí me recibió e invitó a tomar té acompañado de scons salados, bizcochuelo y mermeladas
caseras.
Ella desayunó single malt en vaso corto con dos
piedras de hielo.
Es
una mujer encantadora y culta en lo alto de la ciudad.
Encantadora.
Era
extrañó verla sola, pero la ansiedad me consumía y le confesé mis penurias, sin
preguntar sobre su vida o cómo estaba. Escuchó los horrores de mi dolor, de mi
despecho.
Se
sirvió un tercer trago y detuvo mi larga declaración de tormentos. Trató de
consolarme contándome un relato.
**
Mi
primera novela fue un gran éxito. Nadé sobre emociones deliciosas, me sentí
como la luz que flota sobre la marea y logra que brille el mejor de los azules.
Que mis palabras fascinaran era un magnífico delirium tremens. Sí, no te extrañes, disfruto mis delirios tremens, no sé porqué, pero los
disfruto intensamente, como disfruto mis palabras. Ellas son mis tesoros. Mis
palabras, sí, mis palabras. Mis palabras también fascinaron a mi editora y
correctora. Ella me amó desde la primera frase. Así me lo dijo de todas las
formas posibles en que una persona puede decirle a otra que le fascina. Lo
acepté. Y me perdí en laberintos de brisas. Me enamoré.
Fluyeron
los días, los meses, el tiempo, el amor y volví a mis placeres acompañados del
adorado single malt vintage reserve 1976. El single
malt, mi single malt rezumó en
mí.
Ella
fluyó en mí, también, sin cesar, cada vez más. Severa, sutil y sostenidamente. Me sugirió, que incluyera
versos en mis escritos. Dudé en principio porque no soy poeta, y siento mucho
respeto por la poesía. “La poesía es placer, aunque nos hable de dolor, y el
placer se sobrepone a todo. Es imprescindible disfrutar con júbilo la
existencia”, sentenciaba.
Al
fin acepté la idea, y mis escritos se abrieron a poetas, a más dolores y
placeres. Acordamos insertar variados poemas
como este de Gonzalo Rojas:
Hartazgo y orgasmo son dos pétalos en español
de un mismo lirio tronchado
cuando piel y vértebras, olfato y frenesí
tristemente tiritan
en su blancura última, dos pétalos de nieve
y lava, dos espléndidos cuerpos deseosos
y cautelosos, asustados por el asombro,
ligeramente heridos
en la luz sanguinaria de los desnudos:
un volcán
que empieza lentamente a hundirse.
Así el amor en el flujo espontáneo de
unas venas
encendidas por el hambre de no morir,
así la muerte:
la eternidad así del beso, el instante
concupiscente, la puerta de los locos,
así el así de todo después del paraíso:
–Dios,
ábrenos de una vez.
Así,
las sugerencias pasaron a más seducciones y las seducciones a posesiones. La
complací y me complací. Muchas veces. Sobre el escritorio, sobre el mesón,
sobre la alfombra persa. Pero, las delicias no son eternas:
Comenzó
a escribir por mí.
Paulatinamente
dejé que lo hiciera. Debilidad. En mi última novela ella objetó la palabra
"embriaguez", sugirió que la cambiara por "borrachera". “Embriaguez
es una palabra en desuso", dijo. "Está fuera de moda".
Los
ebrios nunca pasan de moda. Cambian de marca, de elixir, de amores, de motivos
ocultos a explícitos. Cambian de poemas. Cambian de piel. Cambian de jugos o de
venenos. Se adaptan. Mutan.
Ahora la embriaguez puede
alcanzar una sinonimia terrible: indolencia infinita, envidias y bilis, protestas,
gases verdes, inseguridad, estulticia, codicia, sed de poder, ruinas de
hogares, violencias, violaciones, decadencias, nacionalidades en bancarrota, rizos
de luto, smog, colas, tecnología de
punta, amores muertos, ideales rotos, vejámenes, censura, hordas de parásitos,
triunfos de la mediocridad y rumores de juicios.
A muchos les gusta
emborracharse de sangre, sobretodo de sangre joven, derramar sangre joven, o emborracharse
de lágrimas; emborracharse con el llanto ajeno.
Cambié, a su gusto las
letras, las palabras y las oraciones; no así lo que era ya mi propia embriaguez:
un viaje en un espectro cromático amplio, del
ocre claro al ámbar dorado oscuro, en barricas de bourbon y en barricas de
sherry.
Un viaje lento para apreciar aromas y para que el bouquet de la
malta respire y haga posibles maridajes con alimentos o tabaco.
Un gozo del gusto, del olfato y la sensibilidad que se expande en momentos
especiales. Doy rienda suelta a todos mis sentidos, agitados suavemente en whisky, sorbito a sorbito.
Comencé a presentar los
signos del padecer. Ella como una serpiente venenosa, se arrastró en mí, un
frío salto de agua en mi interior, letal.
Me arañaban las púas de sus miradas reprobatorias, sus escamas de papel
aluminio semejaban zarpas de dragones iracundos.
Me reclamaba que era
inapropiado asistir a las presentaciones literarias y a los cócteles vestida sólo con vapores etílicos:
―Te refugias en el
alcohol.
―No, no es un refugio ni
un destino. Es el pórtico de paso, la entrada grande a la ficción. Un rito ― repuse.
En medio de esas ráfagas
de furias yo me sonreía en silencio y recordaba la frase usada hace poco tiempo por un grupo
jóvenes: “Me quiero ir demasiado”.
Sí, me quería ir de su
lado, pero no me iba. Mi voluntad estaba disuelta en Amargo de Angostura, ron y cascaritas de limón. Traté de defenderme una
que otra vez:
―Yo sólo me embriago con
los libros ¡Me los bebo!
Se
exasperó. Me expresó desesperación. No concebía que no me doblegara a su idea
de mí, a su dibujo de mí, en todos los detalles que imaginó para mí. Mí, mí, mí
era la fonación que retumbaba en mi cerebro. En medio de mis evocaciones a
Ionesco, intenté asirme a mí.
Fueron
semanas enteras de iras, luchas, furores y cóleras.
Dejó
un mensaje por celular. Un ultimátum.
***
Mi
amiga no habló más. Sólo la Strathspey,
la “Glen Grant” del violín escocés de Scott Skinner y el malt whisky, invadieron el ambiente por
largo rato.
Respeté
su silencio, esperé un tanto más y le pregunté:
―
¿Cuál era la exigencia?
―
Que renunciara a embriagarme. Si no le obedecía, me abandonaría, me repudiaría,
o algo así.
―
¿Y qué le respondiste?― repregunté.
―
Sin whisky no puedo escribir y si no
escribo, no puedo respirar.
Sonreímos
cómplices y me dijo:
―
Regresa cuando quieras. Y recuerda: Escoger pareja es
como elegir el vaso adecuado para una degustación especial, para disfrutarnos.
Forma y tamaños cambian el modo de percibir las sensaciones, los sabores que
somos, los aromas y colores que somos.
Nos despedimos con un fuerte abrazo. Me acompañó a mi vehículo.
Conduje hasta la avenida y pensé en los quebradizos puentes que unen las vidas.
4 comentarios:
Excelente cuento, interesante anécdota y precisa ambientación.
¡Salud amiga!Me parece muy bueno este cuento y es muy acertado el cambio de registros que logras.
Este cuento me fascina. Una mezcla estupenda: whisky, amor y literatura. Mis felicitaciones.
¡Perfecto! Caña, caña, caña y mujeres en acción. Así me gustan.
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