La neblina cubría el cielo
nocturno de Catia. Ella miraba el farol de la calle como si mirándolo de esa
forma adivinaría su futuro. Era una niña tranquila y observadora. Fijó esa
imagen en su memoria: aquella luz vaporosa que flotaba en la densa niebla. Y, por
supuesto, las mariposas de la noche, las frenéticas suicidas del candil. ¿Estarán
enamoradas de esa luz? ¿Amor y muerte? Pensó y sonrió.
Los otros niños gritaban y
encendían fosforitos en el zaguán. El olor a pólvora se mezcló con el aroma del
guiso de las hallacas de la abuela Mamatula, y de las hojas de plátano
ahumadas, y de la fritanga de manteca de cochino con onoto, y del dulce de
lechosa cocinándose a fuego lento.
Mamatula se acercó y le regaló una
bengala ya prendida. Miró la lucecita que voló de sus ojos a los de su abuela y
un hilo de vida, candor y alegría les amarró las almas para siempre.
Así, su inocencia le ayudó a
disfrutar de tales poderosas sutilezas.
3 comentarios:
Hermosa semblanza de las navidades tradicionales. Éxito y prosperidad amiga querida
¡Qué rico! Navidad con luz y sabor.
Bella tú y Mamatula.
Publicar un comentario