De forma inicial, debemos acotar que en relación al término
escritura “creativa”, hay algunas objeciones. Algunos consideran que toda escritura
es creativa, otros prefieren hablar de escritura de ficción. Lo que podemos
precisar es que no siempre la escritura es creativa y surge, como tal, de la
tradición de los talleres literarios. También podemos asumirla dentro del el
concepto de escritura de invención, que puede ser considerado más amplio.
Las propuestas de escritura creativa se fundamentan en un
marco interdisciplinario que incluye la pedagogía, fundamentos de la
literatura, la lingüística, la psicología, la semiótica, la sociología y la
mitología griega, también involucran a teorías específicas como la teoría de la
creatividad, el aprendizaje significativo, y la estética aplicada.
La reflexión acerca de la práctica y el proceso de
escritura no deben estar enfocados sólo en el predominio de los modelos
cognitivos, por lo tanto, es necesario innovar en los marcos teóricos y
metodológicos para diseñar vías más específicas y referidas al origen de los
textos trabajados en función de la filología, la retórica y la sociología.
Es
muy importante tener en cuenta el hecho de que los contenidos de un taller de
Escritura Creativa se deben sostener sobre un acuerdo fundamental: no es
posible hablar de escritura sin hablar de lectura, pues ambas prácticas alimentan
al ejercicio creativo. Nos apoyamos en Gianni Rodari para tal aseveración: “…quien
escribe necesariamente se hace mejor lector, y viceversa, en la medida en que
se relaciona con el lenguaje escrito de manera más cercana, más artesanal y más
lúdica”. (Rodari, 1973: 25). Y en base a observar la importancia de la lectura,
y practicarla, estaremos en capacidad reflexionar sobre diversas
consideraciones cuando pretendemos producir escritura creativa: ¿En qué zona
del quehacer cultural nos situamos: el arte, el pensamiento, la producción de
conocimiento? ¿Qué nociones de producción de escritura tenemos? ¿Qué ideas tenemos
acerca del lugar que ocupa el escritor en la trama de la cultura? ¿Cuáles son
los modos de escribir de los escritores consagrados, sus decisiones y modos de
resolver los desafíos que se plantearon o les fueron asignados?
Estas
interrogantes nos permiten revisar intereses y motivar la curiosidad de quienes
se acercan a los talleres de Escritura Creativa, pues les inducen a reflexionar
sobre las prácticas personales que desean desarrollar y cuál orientación
darles.
Desde
esta perspectiva los talleres pueden atender procesos individuales y a la vez
colectivos. Son un espacio interactivo de lectura, escritura y debate, donde
las ideas se ponen en tensión, se desarrollan, se contradicen, se reflexionan, se
exploran caminos, se abren brechas o se construyen puentes entre las ideas
creativas. Es una propuesta al practicante del desarrollo de una habilidad y una
idea de autoría, una vocación de empoderamiento de poder decir con propiedad.
Es
probable que el participante inicie el taller con una carga de imágenes,
símbolos o ideas, incluso ignoradas por él mismo, sobre las acepciones del leer
y del escribir que ha venido formando a través de sus propias experiencias. Tomar
conciencia de la existencia de este tejido de arbitrajes es uno de los primeros
desafíos cuando nos iniciamos como escritores.
La
biografía lectora personal, como primera contraseña, busca poner la memoria en juego para recuperar la
experiencia de un recorrido lector-escritor personal. La lectura debemos asumirla
como un proceso inherente a la producción escrita, es la columna vertebral a la
que se ajusta toda intención de escribir creativamente. Debemos tener claro que
la lectura en sí misma es un valor fundamental en una sociedad alfabetizada y es
que esté inserta en la estructura piramidal de los valores de los sujetos que
la conforman.
También
es importante analizar los contenidos de los textos, qué características tienen
en función de valores fundamentales, principios estéticos o no, en referencia a
los propios y personales valores.
Algunos
autores y textos recomendables que ofrecen un piso teórico fundamental, pues
aportan ideas concretas, son una referencia a los quehaceres creativos de la
cultura occidental y constituyen una enorme influencia histórica, son:
La
Retórica (Ars Retórica).
Autor: Aristóteles. Es un antiguo tratado griego
sobre el arte de la persuasión. Siglo IV a. C.
La Epístola a los
Pisones (Epistula ad Pisones).
Autor: Horacio. Siglo I a. C.
Don Quijote de la Mancha. Autor: Miguel de Cervantes. 1605
(1ª parte), 1615 (2ª parte).
La Biblia (Libro de Job) Autor Moisés. Siglo VI a. C. - IV a.
C.
Odisea. Autor: Homero. Siglo VIII a. C.
Cuentos infantiles. Autor: Hans Christian Andersen. 1835–37.
Decamerón. Autor: Giovanni Boccaccio. 1349–53.
Eneida. Autor: Virgilio. 29–19 a. C.
El viejo y el mar. Autor: Ernest Hemingway. 1952.
Memorias de Adriano. Autora: Marguerite Yourcenar. 1951.
Ensayos. Autor: Michel de Montaigne. 1595.
Rayuela. Autor: Julio Cortázar. 1963.
Un sueño en un sueño. Autor: Edgar Allan Poe. 1849.
Divina Comedia. Autor: Dante Alighieri. 1265–1321.
A través de todas estas obras se pueden
apreciar los diferentes géneros literarios y enriquecer la biografía
lectora personal, que se debe mantener en constante revisión. A este respecto,
la consigna plantea incluir todos los recuerdos posibles vinculados a la lectura
y a la escritura, explorar de qué manera la lectura (o su ausencia) se inscribe
en nuestras vidas, de qué forma marcó nuestra experiencia cada libro que
leímos. Es decir, reconocer mediaciones y reparar en afectos o rechazos.
Así
podemos descubrir de cuántos modos, en cuántos diferentes momentos, mediante
qué vínculos fuimos construyendo sentidos sobre qué es leer y qué es escribir.
Cómo esto condicionó nuestras lecturas y escrituras, o cómo nos autorizamos a
explorar formas propias. Qué nos frustró. Con que noción de escritura nos identificamos,
o a qué idea de creación nos adherimos. Es muy recomendable que descubramos cómo
esas representaciones favorecen o bloquean nuestro potencial creativo.
Diversos autores han hecho alusión a las particularidades de la
escritura creativa y a ese respecto podemos resaltar los siguientes aspectos:
1.- La escritura creativa desarrollada
en espacios participativos, o talleres, implica una tarea grupal y un proceso
de co‐construcción orientado por un
coordinador, en el cual las opiniones de los pares son muy importantes.
2.- La Escritura Creativa propicia una
relación lúdica, experimental y estética con el lenguaje. Lo lúdico involucra un aspecto de representación.
3- La práctica de la Escritura Creativa
libera el impulso inconsciente vinculado con el proceso creador, desbloquea
el imaginario, y propone el ejercicio
consciente de habilidades creadoras.
4- Activa asociaciones mentales propias
del pensamiento divergente, y pone en juego procesos irracionales, asociativos
y generadores de ideas.
5.- Parte de un estado de
sensibilización frente al lenguaje y promueve la imaginación, comprendida como
la captación de imágenes y de establecer relaciones entre ellas para producir
otras nuevas.
6.- El ejercicio de la
Escritura Creativa está fundamentado en prácticas y experiencias estéticas de
lectura y escritura. Debemos pensar la lectura desde la experiencia de la
palabra, núcleo y esencia de la lectura y de la escritura. Las palabras
producen sentido, crean realidad y pueden funcionar como potentes mecanismos de
subjetivación, pues determinan nuestro pensamiento. Y pensar no es sólo razonar
o calcular o argumentar, sino que es sobre todo dar sentido a lo que somos y a
lo que nos sucede. Las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que
hacemos, lo que pensamos, lo que percibimos o lo que sentimos son más que
simples palabras, son un esfuerzo por el significado y por la experiencia
estética que obtengamos del proceso de lectura y escritura.
7.- Desborda al uso
instrumental del lenguaje dando lugar al juego de lo privado, de lo autónomo.
8.- Invita a observar la
realidad cotidiana desde nuevas perspectivas, a descubrir la belleza poética,
sin que esto signifique la imposición a otros de nuestros personales conceptos
de belleza.
9.- En el marco del ejercicio
de la Escritura Creativa, la lectura, enfocada creativamente, da lugar a otras
lecturas: las de lo no verbal, las previas a la letra, las lecturas del mundo y
sus criaturas, la lectura de las formas y de los sonidos.
10.- Habilita y enfatiza el
valor de la oralidad, dando lugar a las gradaciones en el decir, a la mejora de
la dicción y al disfrute de la sonoridad de la palabra: ingredientes que
colaborarán a la hora de producir textos.
A este respecto podemos sumar
que con la oralidad, también encontramos el aspecto afectivo y lúdico. La
oralidad, que es comunicación en definitiva, es un todo integrado y es muy
difícil no comunicarse.
La comunicación se puede
entender como nuestra capacidad de producir ideas y la necesidad de sentirnos
escuchados, la necesidad de recibir respuestas a nuestros planteamientos. El
hombre suele ser gregario por naturaleza, siente la necesidad de sentirse
acompañado y de compartir y poner en común la realidad amenazadora que lo
rodea. Estos aspectos conllevan al desarrollo de la capacidad de contemplación
y admiración: el hombre es una historia de comunicación; al desarrollar su
capacidad de admiración y comprensión descubre amenazas y crea medios para apaciguarlas,
entre estos medios, que sirven para controlar las amenazas, encontramos a la
técnica o a la ciencia. Pero no todas las amenazas pueden ser controladas o resueltas
con la técnica y es cuando surge el rito ligado al mito. Así, junto con el
surgimiento de estas amenazas el hombre experimenta sentimientos (alegría,
soledad, amor, etc.). La capacidad de preguntarse e interrogarse sobre sus
sentimientos desemboca en la creatividad artística, poética. Estos son los inicios
de una comunicación afectiva.
11.- Por lo general se ubica
en el terreno de la escritura de ficción o de invención. Es la escritura que
pretende transmitir el punto de vista de un autor o simplemente para
entretener. El resultado de esto puede ser un cuento, novela, novela, guión, o
el teatro, que son todos los tipos de estilos de escritura de ficción.
12.- Trabaja con consignas que
son la clave para activar la imaginación y el proceso creador. Éstas se
fundamentan en prácticas y experiencias estéticas de lectura y escritura, la
observancia de la realidad cotidiana desde nuevas perspectivas y descubrir su
belleza poética, la lectura de las formas y de los sonidos.
Trabajar con consignas que son
la clave para activar la imaginación y el proceso creador, implica un aprendizaje
iniciado en un trabajo grupal y un proceso de construcción orientado por un
instructor, que destaque alternativas frente a la rigidez del uso del lenguaje
y revertirlo en un placer por las prácticas de escritura, sin violentar los
principios básicos, reglas y principios del buen uso del idioma español u otro
tipo de constituyentes sintácticos.
13.- Genera procesos
escriturales que incluyen la revisión y reescritura de los textos. Nuestros
primeros escritos ponen en el papel en blanco la escena imaginada, los
personajes, sus movimientos, los hechos, la idea. Después, debemos hacer una
lectura cuando el texto “haya reposado”, para volver a revisarlo y hacer una lectura
posterior y minuciosa donde detectemos confusiones, saltos innecesarios,
reiteraciones o incoherencias. Durante la revisión identificamos los
fundamentos para la transformar el conjunto. Primero escribimos, luego dejamos
el material en reposo un tiempo y entonces lo revisamos para establecer las
bases de la reescritura. Al retomarlo,
observamos con una mirada nueva el todo y cada aspecto.
14.- Constituye una
alternativa frente a la rigidez y normatividad del uso del lenguaje imperante
en la escuela formal, y una salida frente a la falta de gozo que podría ser la
condición que distorsiona una buena parte de las prácticas de escritura y de
lectura.
Por esto, las distintas formas
que adquiere la escritura y las formas del narrar, permiten asumir perspectivas
distintas acerca de lo que se cuenta, de la composición narrativa y del
desarrollo de la imaginación que es la gran tarea del escritor creativo.
En definitiva, con las prácticas de la Escritura Creativa, se
trata de incentivar una disposición a la práctica de la escritura en dirección
al ejercicio artístico o intelectual con la libertad de incluir los goces y las
exigencias de una profesión, apuntando a que el texto de la cultura multiplique
las voces y, con ello, su poder transformador.
En consonancia con lo anterior y con el fin de favorecer el
recorrido de la fantasía y provocar interrogantes, les propongo la lectura de
“La noche boca arriba” de Julio
Cortázar, para descubrir (o redescubrir) las claves neo fantásticas de este texto,
el paralelismo entre los niveles narrativos y las perspectivas que adopta el
narrador.
Referencias
Álvarez Garriga, C.
Cortázar de la A a la Z. Alfaguara. 2014.
Cassany, D. Construir la escritura. Ed. Paidós.
Barcelona. 1999.
Rodari, G. Gramática de la fantasía. Ed. Einaudi.
Turín. 1973.
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/cortazar/la_noche_boca_arriba.htm
La
noche boca arriba
[Cuento.
Texto completo.]
Julio
Cortázar
Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos; le llamaban la
guerra florida.
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser
tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el
portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que
eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adónde iba. El sol se
filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para
ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto
ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie
de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la
parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada
de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines
hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero
corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por
la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario
relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada
en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde
para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la
izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión.
Fue como dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres
jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre,
le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la
presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras
suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio
fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina.
Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta.
Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la
causante del accidente no tenía más que rasguños en las piernas. "Usté la
agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado...";
Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien
con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una
pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo
subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez,
pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas
al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la
ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para
beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y
nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada.
"Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los
dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena
suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de
ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros,
cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo
rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y
vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo,
sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera
sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi
contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después,
con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a
la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se
puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que
lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez,
sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e
hizo una seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él
nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la
calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie.
Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la
noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que
huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era
la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la
estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la
absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual,
que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra",
pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de
lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil,
temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó,
tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos,
probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de
vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió.
Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del
olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo
seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que
seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas,
agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio
algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales
palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces
sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al
lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los
ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se
despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo,
enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera
estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para
mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y
hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse
despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos,
respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito
blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con
alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con
un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven
vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar
alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un
estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales
y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película
aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro,
a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue
desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja,
donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida.
Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó
que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al
pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo,
y suspiró de felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las
sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba
corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de
árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me
salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y
ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso
y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el
silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la
primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a
encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como
un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto
protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las
lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes
motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo
despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se
le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba
ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva,
abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los
guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya
habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza
continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su
número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los
cazadores.
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano.
Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre
las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer
enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en
pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el
aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me
pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de
la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared
del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un
diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería
seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se
puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían
en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche.
Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las
treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre,
sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra
vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba
a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia
advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar.
Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o
lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que
ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien
como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias
inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al
salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo
alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida,
la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse
sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la
oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La
almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua
mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz
violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en
que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante
de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir
los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta.
Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba
estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba
la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con
su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna
plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las
piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al
teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes.
Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas,
gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que
iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras
mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de
nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas
agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un
esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo.
Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en
la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo
intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las
antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la
ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con
desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro
lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos
calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba,
tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los
portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de
paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza.
Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo
de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando
en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata
incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero
ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero
todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo
brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el
amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo
raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado,
pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua
tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los
ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas
imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las
veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez
del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto
iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin
imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más
fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia
la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra
vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas
fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba
a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se
enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos
no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro
lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se
abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con
la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas
columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre
que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para
tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó
los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría,
porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo.
Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del
sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a
cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que
estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como
todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad
asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme
insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese
sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado
con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los
ojos cerrados entre las hogueras.
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